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La Mano Inocente

Orgulloso


Sé que está mal decirlo, pero allá voy: estoy orgulloso de mí.

Hoy, después de casi un año recorriendo, en mi vuelta a casa, día tras día, el mismo camino, haciendo el mismo transbordo, recorriendo los mismos pasillos de la laberíntica red de metro; hoy, he descubierto un atajo que me permite reducir, a buen paso, mi tiempo de trayecto en la nada despreciable cifra de 15 segundos.

Quiero pensar que este, para mí, nuevo pasillo, no estaba antes ahí, que ha debido quedar al descubierto como consecuencia de las obras de este pasado verano; quizá, pienso, pertenecía a la configuración original de la estación, y debió quedar en el olvido en la última remodelación llevada a cabo por algún cerebro privilegiado allá por los años ochenta. Quiero pensar.

El caso es que me siento francamente orgulloso, exultante, diría; así que me voy caminando con la cabeza bien alta hasta que, como era de esperar, alcanza mi cabeza el pensamiento que venía a continuación en la secuencia lógica de acontecimientos:

Entonces,... ¿cómo se debieron sentir los grandes inventores de la humanidad? ¿Qué debió ser lo primero que le vino a la cabeza a Willhelm Bruhn cuando inventó el taxímetro, qué experimentó Cecil Booth al ver que aquello chupaba las pelusas?


El hombre teledirigido (aún bajo la influencia de Amis)

 

1 comentario

elhombreteledirigido -

Pues yo creo que lo primero que se les vendría a la cabeza debió ser lo que pensaríamos todos en una situación así:

...soy la hostia