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La Mano Inocente

Caminos...

Caminos...

Aquella mañana hacia un día radiante... todos los chicos parecían estar exultantes, terminaban los exámenes. Muchos de ellos habían suspendido y aún así se los veía revoloteando de un grupillo a otro, con esplendidas sonrisas en sus caras. Las voces se elevaban de tal forma que sintió algo agudo que le oprimía en el interior. Había salido seguro de que sería un examen más aprobado. Sin entusiasmo se sentó en un banco y deseó deshacerse de aquella punzada que le oprimía. Entonces la vio. Se movía aún más rápido que los demás. Hablaba aún más deprisa y en su cara se veía aún más felicidad y entusiasmo. Al poco se vio con todos ellos y unas cosas llevaron a otras. El alcohol... también estaba entusiasmado, parecía elevado a una nube...soltó una gran carcajada y disfruto profundamente de los rítmicos latidos de su corazón, de la música que le envolvía. Parecía que le hubieran introducido un marcador rítmico. Un ritmo fuerte pero seguro... se sintió bien... más aún cuando ella se acerco a su lado y le insinuó algo, fueron juntos al baño...se pusieron un disparo y se besaron....

La llamo, no quería ser un pesado. Se sentía obsesionado y no era capaz de comprender como debía comportarse para controlar aquella situación. Ella le pedía más y más pero se mostraba esquiva cuando él quería acercarse, y él no estaba seguro de querer realmente aquello que ella le pedía. No se encontraba bien. Se daba cuenta de que habían caído en la trampa de la convención. Aceptaban situaciones que ninguno de los dos deseaba porque no eran capaces de decir que no. Eran felices con aquellos lugares comunes que habían encontrado en común, eso lugares eran tan auténticos oasis dentro de sus desoladas realidades. El era tranquilo y moderadamente feliz hasta que ella apareció. La amaba profundamente, deseaba su cuerpo y su candidez. Ella por su lado, lo veía como algo totalmente distinto a lo que en su mundo había visto. Sus mundos colisionaban frontalmente como lo hacen las capas tectónicas allá en Japón. Terremotos y Tsunamis se sucedían en el espacio y en el tiempo arrasándolo todo. En su mochila había muchos desengaños, y él lo sabía. No había forma de que el tiempo se acelerara y los sacara de allí. Tenían que arrastrarse por el fango para seguir adelante, y el fango los dejaba desoladamente cansados, mordazmente expuestos el uno al otro, al devenir de los acontecimientos que los superaban. Nunca serian capaces de detenerse para coger algo de perspectiva.

Intentaron convencerle de que debía salir a la calle, que tenía que tomar algo de comer. Pero hacia mucho que había decidido que no quería vivir de cara a ellos.

En casa todo iba mal. Ya no quería salir de la habitación y había pedido que le metieran la comida por un pequeño agujero que había hecho en la puerta. Una gatera que cerraba herméticamente  cuando no había nada que meter o sacar. Lo del orinal costo aún más. Su madre se negaba en rotundo a que se comportara de esa forma. Había discutido mucho sobre aquel tema, pero cada día era más difícil. Últimamente había desconectado el interfono que había sido el primer paso hacia el aislamiento. Aquel horrible interfono que producía una voz robótica también había caído en desuso. Únicamente tenía acceso a él por medio de una cuenta de mail. Allí todos los días le rogaba que abriera la puerta. Le daba ánimos y le recordaba las cosas bellas que había en el mundo y que estaban al alcance sin necesitar exponerse a nada. Pero cada vez que le decía estas cosas ella también flaqueaba.

Cada día estaba más delgado y su piel era ya casi transparente. Hacía años que su padre había muerto, de su madre no sabía nada. Cuando definitivamente tuvo dinero suficiente para comprarse aquella propiedad en las afueras cerró todos los vínculos. Había clausurado la cuenta de mail que los mantenía umbilicalmente unidos, era por fin libre de ese yugo. Los sensores le informaban que no había ningún tipo de malfuncionamiento. No podía confiar del todo en aquellos sensores. Era un diseño tomado de una granja de vacuno raza Kobe. Un sinfín de tubos recorrían su cuerpo de arriba a abajo, como si fuera un ente del espacio destinado a vuelos interplanetarios. Pero el permanecía inmóvil. Nada le retenía en aquella postración más que su propio afán por desvincularse totalmente del mundo. Había ideado aquel mecanismo que le permitía alimentarse de tal forma que nadie tuviera tan siquiera que acercarse a las inmediaciones de la casa. Aquella maquina que le alimentaba también se encargaba de recoger todo lo sobrante.

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